Análisis: Bolsonaro y el marketing político

Miércoles, 7 Noviembre, 2018

Más de 10.000 personas hicieron la diferencia para que Jair Bolsonaro consiguiera el 55% de los votos válidos que lo puso en el sillón presidencial de un monstruo de país como es el Brasil. Victoria que no pareciera ser sólo magia del marketing político sino algo más profundo y real.

Entre sus votantes tiene que haber existido población gay, femenina y afrodescendiente.  Y en significativas cantidades. Población a la que atacó varias veces y  a lo largo de varios años, a través de declaraciones públicas que parecían ser sólo “meteduras de pata”. No lo fueron. Al contrario, esos supuestos desatinos construyeron esta imagen de hombre tosco, pero sincero, quien dice lo que piensa y no lo que quieres escuchar. Y esa puede ser la razón más fuerte para conseguirle el triunfo en las urnas, de hace pocos días, más que la buena campaña, que de seguro hizo y las acertadas guías de sus estrategas.

Pareciera que el marketing político ha jugado esta vez. El personaje ya venía dibujado, sus atributos claros, y sus contras, también.  Su personalidad había sido transmitida casi sin filtros y sus arranques de torpeza en el discurso, más que develados. ¿Cómo entonces pudo cosechar tantos votos? Justamente, por ello, porque no disimuló quién de verdad era. Quizá justamente porque de él se veía poco maquillaje y el elector  buscaba una opción que le alejara de la pantomima, mal llamada socialista, que vivió  la última década.

La desilusión de ver cómo Lula da Silva, un casi mítico luchador por la democracia y los derechos de los trabajadores, caía tras las rejas por actos de corrupción, y a su mano derecha, Dilma Rousseff envuelta  también por corrupción, deben haber sido parte de las razones que empujaron a la victoria bolsonarista.

El desasosiego, la desilusión y el enojo quizá hayan sido los elementos de campaña intangibles que lograron cerrar el voto a su favor. Ello unido a la sensación de que con él la mentira no tenía cabida, dieron por resultado la confianza de la gente. El votante parece haber optado por una descarnada autenticidad antes que por discursos floridos y ajustados a las necesidades detectadas de la gente.

Un hito en el marketing político porque rompe con varios conceptos, casi mandatos, acuñados en el tiempo: que el candidato debe actuar y decir casi exactamente lo que las encuestas recogen como necesidades y preocupaciones ciudadanas; que jamás debe discriminar o emitir discursos que lo hagan; que debe mostrarse como la media ciudadana.

¿Qué debía construir la campaña? Poco del personaje. Tal vez sólo atenuarlo, entibiarlo, para evitar demasiados choques, pero no invisibilizar su brutal autenticidad. Bastaba con comprender que este hombre ganaría por ser como es, sin afeites. La confianza renació entre los votantes después de una traición, gestada en más de una década, al pueblo, al discurso y a la promesa. Y la gente prefirió al tosco, pero sincero, por sobre el personaje fabricado a imagen y semejanza de los anhelos expresados en las encuestas. Una lección para desaprender lo hecho en marketing político durante años. Y una oportunidad para comprender el valor de la autenticidad.

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