La cultura del naufragio

Miércoles, 10 Febrero, 2021
Autor: 
Hernan Terrazas E.

Me lanzaron una propuesta interesante como señuelo para aproximarme a un tema que todavía muchos intentan descifrar. ¿Cuál es el estado de la comunicación política y la gestión mediática en estos tiempos atroces de la pandemia?

Obviamente no basta con decir que todo ha cambiado, que los paradigmas son otros y que todos, no solo los políticos, estamos obligados a buscar fórmulas atrevidas e innovadoras para reconectar con los demás.

El 2020 a casi toda la humanidad le tocó aislarse, permanecer confinada en sus hogares durante cuatro meses y en algunos casos un tiempo más. Esto supuso toda una revolución en un campo permanentemente revolucionado como es el de la comunicación en general.

En principio el miedo, el silencio, la reflexión, la paulatina aceptación de que el espacio que ocupábamos en el mundo aparentemente se reducía a unas cuantas habitaciones seguras, donde nuestro intercambio alcanzaba al entorno familiar más inmediato, pero con el transcurrir de los días descubrimos que  si bien en muchos otros ámbitos desgraciadamente no estábamos preparados para enfrentar una situación de esas características, en otros habíamos avanzado lo suficiente como para hacer de nuestro  naufragio un lugar de contactos mútiples.

Náufragos en el océano digital, individuos, empresas y otras organizaciones, transitaron hacia narrativas antes inexploradas para mantener vigencia en un escenario diferente. Las redes y las nuevas herramientas que experimentaron un crecimiento acelerado antes y durante la pandemia, fueron  el puente que hizo mucho más llevadera la distancia social y que permitió, además, continuar con buena parte de las actividades, al extremo que modelos como el del teletrabajo aparecen hoy como alternativas incluso más eficientes que las tradicionales.

En unos países más que en otros, ya no quedan muchos náufragos o, si los hay, son autoconfinados que no quieren quedar expuestos y que temen los efectos de la segunda ola de contagios y de las que vienen mientras la vacunación no alcance a todos. Pero lo que no ha desaparecido es la cultura del naufragio. Los nuevos hábitos, las nuevas prioridades, los nuevos comportamientos que fueron secuela del COVID-19 y su agobiante presencia global y que muy posiblemente queden ahí hasta que un nuevo sacudón, cualquiera que sea su naturaleza, vuelva a estremecer a la humanidad.

Y es la cultura del naufragio la que hay que aprender a entender para ensayar no solo formas distintas de comunicar, sino mensajes renovados que sintonicen con las expectativas de varias generaciones súbitamente unidas por la misma amenaza y con menos diferencias entre ellas de las que prevalecían hasta hace solo un año. Padres e hijos comparten los mismos miedos y ninguno tiene certezas sobre el futuro.

Por eso, de nada sirve ya obsesionarse con el instrumento o el medio, cuando lo que está haciendo falta es entender lo que quiere la gente. Por supuesto que hay un antes y un después de la pandemia en la comunicación política y  en la política misma, pero no solo en eso. Los modelos de negocios registran también una evolución interesante y hasta las formas de un entretenimiento ahora condicionado por limitaciones de hora y espacio.

La mayoría de las campañas tropieza hoy con una suspicacia generalizada, que  se nutre del ejercicio rutinario de la crítica en redes que tienen mucho más audiencia que la antigua mesa familiar, la asamblea de militantes o la concentración pública.

La política ha transitado de los espacios reservados para unos cuantos profesionales del oficio al de un auténtico debate público de temas e intereses que se renuevan constantemente.

Los políticos ya no tienen el monopolio de la política y, con frecuencia, la gente no solo elige en las fechas reservadas para ejercer ese derecho, sino en el día a día, cuando su preferencia recae sobre aquellos que interpelan al poder desde una diversidad de frentes e intereses. Las agendas tradicionales son insuficientes y su alcance cada vez más limitado.

El votante ya no se mueve solo de izquierda a derecha. La democracia ya no se cierra entre dos o más paredes ideológicas. Los desinteresados de la política clásica, hacen activismo desde el veganismo, el animalismo,  el ecologismo y otras nuevas trincheras que suman militancia aceleradamente.

Con la comunicación ha ocurrido algo similar, que se ha profundizado durante la pandemia. No es que las redes hayan reemplazado  por completo a los medios tradicionales como fuentes de información, pero cada vez es más frecuente escuchar, sobre todo entre los más jóvenes, que la noticia es una suerte de  creación colectiva que se construye en las comunidades digitales.

Las preocupaciones de hoy no son las de ayer y serán otras mañana. La caducidad de los intereses es acelerada: hoy son los temas los que hacen a los líderes.No solo deben hablar de los grandes objetivos programáticos, sino de asuntos cotidianos que adquieren relevancia.

De los derechos de las mujeres, por supuesto, pero también de la velocidad del Internet; de la generación de  empleo, pero también de la situación de las mascotas; de la lucha contra la corrupción, pero también de la necesidad de eliminar los plásticos de la industria alimenticia.La agenda es múltiple, para que nadie quede fuera de la propuesta.

Los políticos tal vez no tengan un perro en casa, pero lo tienen para la foto o incluyen en sus piezas de campaña señuelos para los gamers o imágenes de superhéroes actuales con las que buscan ser identificados.

Las campañas después de la pandemia son otras y lo serán hasta que las vacunas lleguen a todos. Los activistas se desplazan en las redes, los candidatos ensayan el puerta a puerta virtual, las concentraciones se realizan en zoom u otras plataformas y hasta es posible que se contraten influencers para traducir los contenidos programáticos y llegar a otros segmentos de manera más efectiva.

No se sabe lo que ocurrirá hacia adelante con herramientas como el Facebook, el Whatsapp o el Instagram, si seguirán teniendo el mismo peso que tienen hoy, si surgirán otros, con nuevas y más atractivas particularidades para un mercado ávido de innovaciones o sí, por el contrario, se producirá un regreso al pasado, algo así como la nostálgica irrupción del vinilo que hoy seduce a los melómanos, una pausa en la voragine tecnológica para evitar que todo en la vida dependa de un like, un desandar el camino hacia formas de convivencia que reivindiquen la cercanía frente a la distancia social.

Decir que el mundo no es el mismo es una verdad de perogrullo. Lo importante es saber lo que ha cambiado,  aproximarse a la realidad de quienes son diversos en la multitud, aunque todos respiren, por ahora, detrás de un barbijo.

 

Hernan Terrazas E.

-Director de Asuntos Públicos Bolivia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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