¿Por qué soy infiel (a las marcas)?

Viernes, 9 Noviembre, 2018

Primero, porque me mienten. Es la razón más honda. Mentirillas pequeñas, las blancas que llamaban las abuelas. Esas como cuando lees, en la publicidad, que el siguiente producto es gratis y cuando vas a pagarlos, resulta que “justamente elegiste el que no entra en la promoción”.

“Me siento engañada y no vuelvo a ti”, es mi lema con los productos y servicios que me rodean a diario y que necesito, también, a diario. El amor menos duradero es con aquellos productos que tienen miles de hermanos y hermanastros para reemplazar. Pero los difíciles de dejar… son los peores.

Y ahí viene la segunda razón. Cuando a pesar de que el amor se ha extinguido, es imposible dejarlos. La relación más difícil se establece con aquellas empresas capaces de entregarnos productos o servicios únicos (muy improbable) o las que crean contratos hechos para hacer del trámite de divorcio un verdadero calvario.

En ese caso, el resentimiento suele crecer de la mano de la relación. ¿Por qué? Simple, porque la empresa ofertante del servicio sabe lo complicado de la ruptura (ella redactó el contrato) y su esfuerzo para retener mi fidelidad es cercano a cero. Bancos, telefónicas, empresas de cable, entre otras. Hace muy poco un compañero de trabajo debió pedir permiso tres horas en la tarde para hacer el trámite de suspender su servicio de internet. ¡¡¡Tres horas!!! Y le quedaron cortas.

Por eso, en cambio, amo y seguiré amando a Netflix. Si no se esfuerza en ofrecerme cada vez mejores propuestas de películas y series, simplemente aprieto un botón y me desafilio. Con un click y en menos de un minuto. Ningún jefe escuchará jamás la frase de “necesito un par de horas de asueto para terminar mi relación con Netflix, Amazon video (u otro…)”.

Ojo que también las empresas que te tienen a la distancia de un botón pueden ser odiosas y hasta trascender el odio a un sentimiento aún más doloroso, tanto que no hallo los adjetivos para describirlos. Las agencias de viaje por internet son el gran ejemplo. Que a veces son maravillosas porque hallan el ticket aéreo más barato de tu historia de turista, es cierto (soy envidiada por muchos gracias a los pasajes de oferta que suelo hallar). Pero otras son causa de desastrosas sorpresas cuando ni el cobijo de tu patria tienes. Como con ellas, la interacción con el cliente es cercana a cero, no hacen el trabajo de prevenirte sobre las aerolíneas y sus prácticas engañosas.

Acabo de enviar a mi hijo a estudiar fuera. Imaginarán que, además, de quedarme con el corazón convertido en un puñetito arrugado y lloroso, debo lidiar con la ansiedad de saber ¿cómo estará el “bebé” de 19 años? Y el bebé llama desde Europa y me dice que la aerolínea -que conectaba con la otra latinoamericana que lo llevó desde La Paz, por Bogotá hasta Madrid- no le acepta las maletas a menos que pague por ellas, a razón de 100 euros por cada una, y además debe cancelar como 15 euros más para hacer el check in si quisiera elegir un asiento en el fondo, fondo del avión.

Como en esencia una mamá rescatista, inmediatamente ingresé al sitio de la línea aérea y me hallé con la sorpresa que mi agencia online había elegido un tramo desde Madrid a París muy, pero muy, barato que no incluía el equipaje que los otros tramos por Latinoamérica, sí. Y claro, los sistemas automáticos no piensan.

A un ser humano se le habría ocurrido que un pasajero no es capaz de volar un tramo transatlántico con dos maletas y hacerlas desaparecer antes de llegar a destino, como por arte de magia (¿verdad?).

Ni vuelta. Había que comprar las maletas. Es decir, pagar más de lo que un ticket en precio regular habría costado. Por supuesto que me quejaré a la agencia online, pero también a la línea aérea porque debería, como regla, avisar antes de la compra que ese ticket no cuenta con maletas y que si no aceptas que una máquina te defina la silla en la que viajarás al azar, debes pagar 15 euros más.

Esas tarifas bautizadas con nombres eufemísticos como “lite” o “relax”, por ejemplo, deberían alertar, como política, de manera anticipada y proactiva al cliente para evitarle malas sorpresas. De esas que desenamoran y parten en dos los corazones de clientes potencialmente fieles.

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